***EL DOCTOR TELLO
Por Israel Díaz Rodríguez
El bus que nos trajo de Cartagena a Magangue llegó a eso de las dos de la tarde, era de aquellos de los años cuarenta tipo escalera sin aire acondicionado, sudábamos copiosamente y como la carretera mas era el trayecto que tenía destapado, el polvo que levantaba el mismo vehículo más el que producían otros que viajaban en vía contraria, al terminar la jornada llegamos tan sucios que dábamos lástima.
Como estudiantes de medicina – habíamos terminado el quinto año – nos sentíamos médicos capaces de curar fiebres palúdicas, catarros comunes y una que otra dolencia, sobre todo en los niños, Nicolás y yo salimos de Cartagena con rumbo a un próspero pueblo de las Sabanas de Bolívar a “ejercer, - esta era una costumbre de todo estudiante de medicina para ganar algo y con ello pagar la matrícula; -ya en Magangue nos embarcamos en un camión que movilizaba carga y pasajeros cuyo propietario era a la vez el conductor quien irresponsablemente se pasaba toda la mañana en el bar “El Imperial” tomando cervezas, por supuesto, en la tarde estaba borracho y así manejaba.
Como el camión era descapotado, bajo los rigores del sol, apretujados sentados en los bultos de sal, arroz o lo que fuere de la carga, sudábamos a chorros y para ese entonces, entre Magangue y dicha población, no había carretera, sino un camino de herradura de manera que por ser tiempo de lluvia, ya no era polvo lo que recibíamos sino barro físico, así hechos una miseria, llegamos a la casa de Don Rogelio que era y fue nuestra posada mientras trascurrieron los tres meses de ejercicio profesional y vacaciones.
En los pueblos de esos años, no había médicos graduados sino los popularmente llamados “teguas” es decir individuos que se les daba por curar sin tener el menor conocimiento de medicina, pero eran inteligentes y para el ejercicio profesional, se valían de brujería, creencias religiosas y costumbres ancestrales.
Esto los hacía famosos y la gente los apreciaba mucho; así que nuestra llegada, no fue muy bien recibida y antes bien el “tegua” que se sentía dueño de la plaza, fue el primero en hostilizar nuestra presencia; y como si esto fuera poco, coincidió nuestra llegada con la de un tal Doctor de apellido Tello con toda su familia compuesta por su esposa, y tres adolescentes hijos, dos mujeres y un varón, este sujeto lo primero que hizo fue exhibir un diploma de la Universidad Nacional.
La flor y nata de la población, le hizo un recibimiento al Doctor con todos los honores, pues para ellos era un privilegio que un médico graduado y de la Universidad Nacional, hubiera escogido a su pueblo para ejercer su profesión.
En una amplia y hermosa casa que quedaba en toda la plaza frente a la iglesia abrió el Doctor Tello su consultorio, para su inauguración, hubo invitados especiales entre los cuales no podían faltar, el señor cura que fue de los primeros ya que era el encargado de bendecir el consultorio, el inspector de policía, y toda la “cren”del pueblo.
Nicolás y yo por supuesto, no fuimos invitados “no clasificamos como dice una amiga de mi esposa” los días corrían y nadie nos llamaba para atender un paciente, todo era para el Doctor Tello, hasta que llegó un día que uno de los hijos del doctor, enfermó con fiebre alta, dolor de cabeza, dolor abdominal, diarrea y mal estar general, ante la gravedad del niño, el doctor Tello se asustó y no le quedó más remedio que acudir a nosotros que desde luego ya teníamos bases científicas para hacer un diagnostico, como en efecto lo hicimos “Fiebre Tifoidea” fue nuestra impresión clínica, que basamos en la historia clínica y el examen del paciente, bajo el tratamiento específico, le tratamos y curó con la ayuda de Dios.
Pero como un mal nunca viene solo, cuando el Doctor Uldarico Tello estaba en lo más alto de su prestigio, pues el caso de su hijo no hizo sino aumentarlo ante los ojos de la población, considerando su delicadeza al ponerlo en manos de nosotros.
Cuando un día llegó alguien de Cartagena con el periódico el TIEMPO que anunciaba en página destacada la búsqueda de un falso médico que en la ciudad de Pereira se había robado el Diploma de un galeno recién fallecido. El falso Doctor Tello, antes de que le echaran mano, anocheció ese día pero no amaneció, nadie lo vio salir dejando el lujoso consultorio vacío y a los notables del pueblo en el más vergonzoso de los ridículos; quedando nosotros como príncipes y dueños de la plaza.
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