Por Israel DÍAZ RODRIGUEZ
Me parte el alma ver que cada día todo en ti va desapareciendo, aquella sonrisa permanente de tu rostro que me estimulaba a seguir viviendo, tu dinamismo que no daba cabida al descanso, todo, todo, en ti se va lentamente acabando, mirarte, para mí, es un tormento porque no está en mis manos enderezar el rumbo de la enfermedad que te consume.
A veces, cuando tienes esos destellos de energía que cada día van siendo menos frecuentes, el dolor de mi alma se acrecienta y confundido, no sé si estrecharte en mis brazos y cubrirte de amorosos besos pero me abstengo de hacerlo porque tengo la impresión que ello te lastima.
En mi doloroso silencio, me es imposible decirte todo lo que tú has significado en mi vida, mentalmente repaso la larga trayectoria de nuestras vidas juntos y lo complemento con mirar el álbum donde las fotografías revelan por sí solas como ha sido nuestra vida, juntos siempre, siempre juntos, luchando unidos.
¿Acaso puedo olvidar al ver aquella foto en la cual disfrazados bailábamos por primera vez a poco de conocernos? Ese fue el principio de nuestro idilio, ese fue el instante en que tu corazón y el mío, abrieron sus puertas para dejar entrar el amor que luego nos convirtió en pareja.
Si bien es cierto que nuestro noviazgo fue corto, ello no guarda relación con la prolongación de nuestra unión que va ya por los 60 años. Tiempo que podemos decir ha transcurrido formando un hogar donde ha primado el amor, el respeto, la armonía en todos esos años, sin que ese vínculo que nos unió para siempre, sufriera deterioro un solo día.
Nos casamos para siempre, unidos hemos luchado constituyendo un hogar en el cual nacieron nuestros hijos a quienes colmamos de amor para que crecieran en un ambiente digno de mutuo entendimiento, y fraternales afectos.
El verte cada día que te vas consumiendo, que ha desaparecido la sonrisa de tu rostro y verte reducida a una silla porque ni siquiera puedas descansar en una cama, confundido le he pedido al Todo Poderoso, que nos lleve juntos a descansar de esta situación en la que tú, sufres física y espiritualmente y yo, que ya no se qué hacer, perdida la esperanza de tu recuperación, no me resigno e verte padecer. Nos hemos amado, constituimos una familia que consta de cinco hijos, que para muestra suerte han correspondido a la crianza que les dimos; hoy han conformado hogares siguiendo normas que nosotros les trazamos.
Si mis lágrimas sirvieran para mitigar tus sufrimientos, de todo corazón lloraría hasta que la fuente donde se originan, se secara.
Adiós amor de mi vida, esta no será una despedida definitiva, ya nos seguiremos viendo en ese lugar del cielo que tú más que nadie se ha ganado en este mundo en tu papel de hija, esposa y madre.
¡ADIOS AMOR MÍO! ADIOS.
Barranquilla, Septiembre 15 de 2020
**Esta nota fue escrita 15 días antes de la muerte de Carmen, ya yo presentía el desenlace de sus padecimientos. Pero nunca pensé que su muerte fuera tan pronto.