Por Israel Díaz Rodríguez
El día 7 de Abril mientras esperaba a mi hijo quien me había llevado a que me aplicaran la segunda dosis de la vacuna contra el virus que en estos momentos azota al mundo, de pie ante el andén del edificio donde queda mi puesto de vacunación, un joven que transitaba por allí con su morral a la espalda, se detuvo y me ha preguntado: ¿Señor, necesita ayuda? Como se diera cuenta que no le había oído, me repitió: ¿Necesita ayuda?
Le respondí amablemente: muchas gracias, estoy esperando que mi hijo, quien me trajo, regrese una vez parquee el carro. Tuve tiempo de reparar bien al joven cuya edad calculé de unos veinte años y por la forma como estaba vestido, debía ser estudiante.
Una vez yo le respondí, siguió su camino y yo me quedé pensando: ¿por qué no le pregunté a este joven, como se llamaba? Donde vivía, que estudiaba, en el caso que me respondiera que ya era un profesional, si estaba trabajando, y así una serie de preguntas que a uno se le vienen a la cabeza cuando ya el interlocutor se ha ido.
Mi curiosidad de saber algo de él, no era otra que la de conocer detalladamente quien era y de donde salió.
¿Acaso una vez más mi Ángel de la Guarda?
Photo by Mike Chai from Pexels
La actitud de este joven me ha obligado a rectificar muchas cosas de las tantas que por pura diferencia de edad, por solo ufanarnos diciendo que en nuestro tiempo fuimos mejores, olvidándonos los viejos de mi generación que el acelerado cambio del mundo, ha obligado a estos jóvenes a actuar justamente acorde con “ su tiempo.”
Este episodio con el joven de mi relato, me ha refrescado lo acontecido en estos días de pandemia; una de mis hijas por sacarme a ver la calle, me ha llevado a su casa donde almorzamos en la compañía de mi nieta Beatriz egresada la Universidad de LOS ANDES de Bogotá donde estudió Ingeniería Industrial quien vive y trabaja en Barcelona España.
Después de degustar un delicioso plato de “lengua a la cartagenera”, como es costumbre en mi familia, nadie se movió de la mesa a la espera de lo que mi esposa Carmen (q.e.p.d) tanto le gustaba como era el conversar al término del almuerzo que ella le llamaba “la sobre mesa”.
Conversamos sobre todos los temas no faltando desde luego el de la nefasta pandemia que se ha llevado muchos familiares y amigos. Al cambiar de tema, después de un corto silencio, de manera casual, mi nieta me recuerda la vez que caminaba yo por una de las estrechas calles del centro de Pamplona, (CASCO VIEJO) España, cuando para mi grata sorpresa por la ventana de una casa se escapaban las notas melódica de aquella canción popular que en Colombia había batido todos los records de sintonía por su letra picarezca. “mama el negro está furioso/quiere peliar conmigo…”
Súbitamente y sin que lo pensara mucho, se me encendió algo en mi memoria y comencé a cantar “Cartagena contigo” y tras esta surgieron dos o tres más, y como para demostrarles a todos los allí presentes, pasé de las canciones a la poesía entre las cuales inicié el recital con el soneto a “A mi ciudad Nativa “del tuerto López, al poema de Eduardo Carranza “Lección de geografía”; de Daniel Lemaitre recordé “El Alcatraz” y “EL pescador de sábalos” de atrevido quise medírmele a “Los Camellos” del maestro Guillermo Valencia.
Mi nieta a quien tenía dos o tres años de no verle emocionada y sorprendida a la vez, se ha levantado de su asiento y olvidándose que están prohibidos los abrazos y los besos, me tomó en sus brazos y cubrió mi rostro con cálidos besos.
Quiero concluir esta nota con una reflexión que emana de una persona que ha vivido 96 años, que ha presenciado los muchos vuelcos que ha dado el mundo, que mientras estuvo al frente de su consultorio tratando pacientes – mujeres por mi especialidad – nosotros los de mi generación, creo, estamos equivocados con la actitud de la juventud actual cuando les calificamos de apáticos e indolentes.
Los ejemplos abundan, he ahí el del joven que detiene su andar para brindarle ayuda a un anciano a quien ve solitario valiéndose de un caminador.
¿No es este un gesto humano de un joven ante un anciano al que considera extraviado?
¿Qué mueve al joven para detenerse?
¿Por qué lo hizo?
Me gustaría que uno de mis lectores le diera respuesta a estos interrogantes.
Otro ejemplo de nuestra equivocación relacionada con las emociones y gustos de los jóvenes de hoy es el de mi nieta que le da vida, que le da un vuelco a la charla de “sobre mesa” cambiando definitivamente el rumbo de lo trágico llámese pandemia o lo que sea, por algo como lo fue, hablar de música, y poesía.
Concluyamos en que nuestros jóvenes de hoy, son tan humanos y sensibles como lo fuimos nosotros, los hoy nonagenarios, ellos también sufren estos momentos difíciles por los que pasamos, con la gran diferencia de que ellos, al fin jóvenes, anteponen a la tragedia el optimismo, y de corazón viven en la fé.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.