Por Israel Díaz Rodríguez
Juana Alberta hija del matrimonio de una pareja de humildes parroquianos del pueblo fue una niña muy mimada por sus padres y hermanos mayores, cinco varones que cuidaban mucho a su hermanita menor; a la edad de ocho años se destacaba entre las demás niñas de la escuela por su inteligencia y por su hermosa voz, formaba parte muy destacada del coro parroquial.
En general era una niña querida por todo el mundo y desde luego admirada por todos los muchachos de su edad quienes en secreto la amaban, pero ella a ninguno le prestaba atención manejándolos a todos con sutileza para que ninguno se diera por menospreciado.
Llegada a la edad de diez y ocho años, deslumbraba por su hermosura y belleza a esto se sumaba su espiritualidad despertando, como era de esperarse, la admiración de la muchachada del pueblo quienes se disputaban los honores de su amistad y pretensiones de ser el escogido como novio de la joven.
Anselmo, un muchacho hijo del telegrafista se destacaba entre todos los de su edad, por su seriedad, sus buenos modales, y comportamiento en la comunidad dentro de la cual era muy considerado; sus padres no eran personas adineradas, pues Don Joaquín, su padre vivía del sueldo que devengaba como telegrafista y su madre, la niña Tina, contribuía al sustento de la casa aportando lo que ganaba como famosa costurera.
Cuando ya Juana Alberta llegó a la edad en la cual sus padres consideraron que debía prestarle atención a alguno de sus enamorados, le inculcaron a su hija el ideal de casarse con un hombre que le ofreciera estabilidad matrimonial, criar a los hijos que Dios les diera, y desde luego que le amara, en una palabra, amor eterno para una felicidad completa.
Anselmo nunca se había atrevido a acercársele a Juana Alberta, no porque él no tuviera suficientes méritos para ser su novio, sino por considerar que dado su estrato social, como hijo de campesinos, fuera aquella niña mimada por sus padres y admirada por todo el mundo a despreciarle haciéndole añicos su corazón tan puro.
El tiempo corría y Juana Alberta no se le conocía novio ninguno, sus padres cada día más preocupados, pensaban en que su adorada hija no fuera a enrolarse entre el grupo de las “quedadas”. Anselmo frecuentaba la casa de un tío de Juana debido a que el tío Antonio María conocedor de los sentimientos del muchacho, le brindó su confianza y hasta paternales afectos debidos que el tío Antonio nunca tuvo hijos.
Conociendo las cualidades de Anselmo, el tío de Juana en una reunión familiar le dijo a los padres de la niña, que el joven perfecto, apropiado para casarse con su hija, pues, si él se atrevía a recomendar a aquel joven, era porque le conocía a fondo.
Para sorpresa de Anselmo, el día 11 de Noviembre le llegó una tarjeta de invitación para formar parte de una comparsa que un grupo de niñas y jóvenes del pueblo querían formalizar para participar en las festividades novembrinas; el joven entre sorprendido y feliz se preparó ensayando las tantas veces que el grupo lo requería.
El tan esperado día del debut de la comparsa llegó y por primera vez al encontrarse cara a cara, Anselmo y Juana, experimentaron el palpitar fuerte de sus corazones iniciándose desde ese ´día el llamado “amor a primera vista”.
Después de un corto noviazgo a la manera de la época, previa petición de manos, con la complacencia de ambas familias y el sentir y aprobación del pueblo, se fijó la fecha de matrimonio escogiendo la pareja, que ninguna mejor y adecuada que el 29 de Diciembre día del Santo Patrono del pueblo, Santo Tomás de Cantorbery.
En el pueblo ya no se habló de otra cosa que de la boda de Anselmo y Juana Alberta, lo que es más, todo el mundo se tomó la situación como si fuera propia y los dueños de las casas comenzaron a embellecer las fachadas, y los moradores a comprar y hacerse ropa nueva para estrenar ese memorable día.
El espíritu del mal que nunca falta en estos casos, es decir el Diablo, hizo su aparición conduciendo en forma de un apuesto joven, un lujoso carro que pasaba cada día por la puerta de la casa de Juana Alberta haciendo “rechinar” las llantas del carro para que la niña lo notara. De un momento a otro se fueron despertando en el corazón de Juana sentimientos de algo que le inquietaba y sus pensamientos la llevaron a considerar que ella, ese era el hombre que se merecía.
La fecha del matrimonio de Juana Alberta con Anselmo se fijó para el día 29 de Diciembre a las 11 de la mañana; el novio todo vestido de blanco acompañado por su madre se fueron a la iglesia, allí esperaron durante muchas horas a la novia que por ningún lado aparecía.
Entre tanto el lujoso carro conducido por el apuesto chofer, llegó a la puerta de la casa de Juana y esta que ya estaba avisada desde la noche anterior, se embarcó vestida de novia en el auto y en lugar de dirigirse a la iglesia donde el ansioso novio le esperaba, cogieron carretera con rumbo a CARTAGENA; en esta ciudad, llegaron y se hospedaron en la suite de uno de los más lujosos hoteles de Bocagrande donde estuvieron a todo dar, durante ocho días, tiempo en el cual Juana Alberta no se cambiaba por nadie soñando que aquel idilio sería para siempre.
Al regresar de la luna de miel e instalarse en la capital donde era oriundo el galán, sus familiares comenzaron a presionarlo para que abandonara a la joven manifestándole, que aquella no era la pareja adecuada para él, pues la familia ya le tenía elegida una joven de su rango social que para eso le habían comprado aquel carro.
Ante esta situación, Juana Alberta fue devuelta a su pueblo donde sus padres, su familia y todos sus moradores, le recibieron, no sin antes repudiarle su conducta. La niña avergonzada, se encerró totalmente de donde solo salía los Domingos a las cuatro de la mañana a misa donde el padre Amadeo la perdonó por su conducta en confesión.
Ya un poco mayor, pero con algo de belleza, el Capitán y ella se conocieron de manera casual; Juana Alberta y el CAPITAN acudían a la misma iglesia a oir la misa de la misma hora; él porque así se lo había ofrecido a “SAN TELMO” patrono de los navegantes desde aquel día en que su nave zozobraba bajo una tormenta en el mar de las Antillas.
El motivo de Juana Alberta era cumplir con la promesa que le había hecho a Santa Eulalia mártir, o sea, asistir todos los días en horas tempranas, a la iglesia, confesarse y comulgar. Del simple “buenos días” que se daban, terminaron por enamorarse, nunca se casaron, vivieron por muchos años juntos, tuvieron sus hijos, si nó del todo felices, pues el capitán haciendo honor al dicho, de que: “en cada puerto un amor”, aventuras amorosas tuvo muchas.
Juana Alberta a sabiendas de las travesuras del CAPITAN, todo se lo toleró; por eso, lo del capitán con Liduvina nunca le causó molestias antes bien para ella esa relación la liberaba de ciertos compromisos conyugales. El día que su marido después de más de dos años de solo comunicarse con ella por teléfono se le presentó, no experimentó alegría sino miedo.
Y más aun, cuando el CAPITAN con lágrimas en los ojos le dijo:”Juana, perdóname por todo cuanto te hecho, quiero que de ahora en adelante, el resto de vida que nos queda, lo vivamos juntos”
*Pedro González Telmo, o como se le lo denomina popularmente “San Telmo”(vocablo que deviene del nombre propio ANTELMO, que significa “protección”) es el patrono de navegantes y pescadores. Pedro nació en FROMISTA, un pequeño pueblo de la provincia de Palencia (España), en 1175, su familia pertenecía a la nobleza*