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Por Israel  Díaz Rodríguez

Había navegado por ríos y mares durante más de cincuenta años, era considerado un experto en esas lides de la navegación, no había lugar del río Magdalena y del mar Caribe que no conociera, por ello era reconocido dentro del gremio y muy respetado en todo el litoral.

Ya cansado de esa actividad resolvió retirarse a disfrutar de su merecida jubilación; pero antes pensó que debía ocuparse en su retiro en algo que le produjera suficientes entradas económicas para sostener los dos hogares con sus respectivos niños que tenía, después de analizar cuál sería esa actividad que le permitiría trabajar mediante poco esfuerzo y desde luego que fuera rentable.

Luego de un minucioso estudio de mercadeo, llegó a la conclusión que lo mejor era crear una fábrica de muebles; para ello compró un lote de terreno en las afueras de la ciudad y edificó su taller dotado de todas las herramientas modernas  para  la fabricación de un producto de la mejor calidad.

Una vez montada la fábrica, buscaba un nombre apropiado que ponerle, lo pensó - que nombre mejor que: “MUEBLES EL CAPITÁN”-; ya montada la fábrica comenzó a producir juegos completos de muebles para el hogar, creando a la vez una rifa cuyos sorteos se hacían con la lotería de Bolívar. El precio de la boleta estaba al alcance  de cualquier empleado de bajos ingresos, es decir: maestros de escuelas, empleados menores de bancos y hasta taxistas asalariados.

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¡Advertencia! Si aquí menciono a los maestros de escuela y empleados menores de bancos, no es por rebajarles como trabajadores de categoría puesto que, cualquier trabajo honesto, dignifica al ser humano; además,  en mi familia, hubo muchos maestros de escuela comenzando por mi padre y mi hermana mayor que a la edad de 15 años comenzó a trabajar como maestra de escuela.

Justamente mi hermana con la primera boleta que compró de la rifa, ganó un juego de muebles de sala de muy buena calidad. Don Germán, gerente - propietario, supo sacarle partido a este hecho tomándolo como propaganda de sus muebles cuyo despliegue hizo en las primeras páginas del diario de la ciudad con una foto de la feliz ganadora recibiendo el  premio.

Bueno, pero sigamos con Don Germán, al principio atendía directamente a sus clientes, revisaba el material con el cual se fabricaban los muebles, o sea, la madera, procuraba vigilar a los carpinteros y a todo el personal de empleados estimulándoles con promesas de aumento de sueldo o bonificaciones, dependiendo de la producción y desde luego las ventas.

Sospechando con el paso del tiempo que había la posibilidad de robo, resolvió no solo pasarse todo el día de Lunes a Domingo vigilando, sino pensó que lo mejor era quedarse a dormir en la fábrica para lo cual, adecuó una habitación con todas las comodidades, inclusive, mediante un sistema de cámaras instaladas por todas las dependencias de la fábrica, controlaba a través de  una pantalla grande desde  su alcoba.

Esto trajo como consecuencia el que ya poco atendía a sus dos consortes, se limitaba a llamarles por teléfono y solo, si acaso, les visitaba una vez por mes. Una de estas consortes, LIDUVINA, su favorita, era una veinte-añera hermosa, rebosante de bríos juveniles;  la otra, JUANA ALBERTA, una añosa mujer que  ya frisaba  los sesenta y cinco, se le notaban los años en su rostro adusto, andar lento y difícil por los dolores causados por un  Reumatismo que   le atacó todas las articulaciones.  – el CAPITÁN era ya un setentón –pero  gozaba de muy buena salud.

Porfirio, uno de los empleados de oficina de la fábrica, y de toda la confianza  de su jefe, comenzó a visitar a LIDUVINA  fingiendo las más de las veces  llevarle recados que le mandaba Don Germán,  su marido.

El vínculo de los dos jóvenes cada día fue haciéndose más estrecho, lo que comenzó por simple y mutua empatía, pasó al grado de amistad y finalmente sus corazones empezaron a palpitar al unísono flechados por Cupido hasta que el joven Porfirio de 25 años, terminó ocupando el vacío dejado por Don GERMAN a tal punto de ponerse  todas las mañanas, las pantuflas del CAPITAN.

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