Por Israel Díaz RODRÍGUEZ
No tardó EL CAPITAN en enterarse de la traición de su empleado – como ya se dijo- de su entera confianza y hasta cariño puesto que había descubierto en el muchacho un elemento trabajador, inteligente, serio y leal; en reconocimiento a todo esto, lo había elevado a la categoría de su secretario de absoluta confianza.
El CAPITAN, enterado por medio del correo de las brujas, ese que va más rápido que el viento, la noticia de los amores de Diluvina y Porfirio, como era de esperarse, lo alteró interiormente pero antes de tomar ligeras decisiones, lo meditó mucho, y mediante un profundo análisis, resolvió tomar las cosas con calma.
En la soledad de su alcoba en la fábrica, tras sesudo análisis llego a la conclusión que debía proceder con mucha inteligencia puesto que se trataba de cosas muy delicadas que le obligaban a actuar utilizando el cerebro y no el corazón.
Pensó: en realidad yo ya soy un viejo que he resuelto vivir los años que me quedan, lo más tranquilo que pueda, pues para eso me retiré de mi actividad de andar por ríos y mares, si he fundado esta fábrica, es buscando la tranquilidad que me merezco después de tantas horas, días y años de brega, estas canas y arrugas de la cara, deben servirme para entender que ya no soy el joven derrochador de energías que mirando de manera retrospectiva, mal gasté llevando una vida de locas aventuras.
Reflexionando así, contrató a un detective privado para que vigilara los pasos de Liduvina y Porfirio. El “sabueso” paso a paso y sigilosamente con su cámara grabó todo cuanto pudo de manera que al concluir su trabajo, le entregó al CAPITAN todo el material donde nada se le escapó como material probatorio.
Dando muestras de que no le había parado bolas a los rumores que corrían, convocó a una reunión con todos los empleados de la fábrica mediante una circular en la cual se anunciaba que el motivo de la reunión era el de escuchar la opinión de cada uno de sus trabajadores; saber como andaban las cosas en cada sección con el fin de corregir lo que consideraran que no andaba bien.
Los empleados acudieron todos llevando cada uno escrito lo que debía decir, la reunión transcurrió de la manera más cordial, todo el mundo expuso lo que creyó exponer, en una palabra, todos salieron felices, cuando Porfirio se levantaba de su silla para irse, Don Germán le pidió de manera muy amigable que le hiciera el favor de quedarse porque debían considerar unos asuntos referentes a las ventas.
Ya los dos solos en la sala de juntas, el capitán le preguntó que tanta verdad había en lo que se decía públicamente entre él y Liduvina, Porfirio moviéndose un poco en su asiento, negó de manera rotunda argumentando que esas eran habladurías de la gente envidiosa.
Don Germán que todo lo tenía preparado, encendió un proyector, apagó las luces y procedió a darle comienzo a todo un documental donde estaban filmadas secuencia tras secuencia, las travesuras de los implicados. Ante semejante evidencia e irrefutables pruebas, sobre todo cuando en el film lo retrataban calzándose las pantuflas del CAPITAN.
El muchacho palideció y desmayado cayó al suelo; Don Germán lo levantó, vació un jarro de agua helada que había puesto sobre su escritorio y Porfirio abrió los ojos y ya repuesto, dijo estas palabras; “perdóneme jefe, en verdad, yo me tomé las cosas primero como un juego, un pasatiempo, pero usted sabe más que nadie, que ella y yo somos muy jóvenes”
Cuando el muchacho dijo estas palabras, el CAPITAN casi pierde la calma que hasta entonces había conservado, pensó interiormente: este joven me ha dicho viejo y la verdad es que tiene razón; caviló un poco ya repuesto del cambio en su ánimo, le dijo a Porfirio, puedes irte.
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