Remembranzas de la medicina Colombiana
ANESTESISTAS IMPROVISADOS Por ISRAEL DIAZ RODRIGUEZ
En 1947 comencé mis estudios de medicina en la Universidad de Cartagena, los primeros tres años de estudio se hacían en el claustro de San Agustin allí funcionaban para ese entonces, las facultades de Medicina, Derecho, Química y Farmacia; era habitual que el aspirante a medicina si no lograba entrar a medicina, tenía la opción de aspirar a farmacia en la cual siempre sobraban cupos por la poca demanda de ésta.
No así la de medicina en donde la entrada no era tan fácil por el número de aspirantes que siempre doblaba y hasta triplicaba el número de aspirantes; hay que tener en cuenta que por los años cuarenta solo existía en la costa la Universidad de Cartagena y acudíamos aspirantes de los departamentos de Bolívar, Magdalena y todo cuanto hoy se conoce como Sucre y Córdoba.
Tuve el privilegio de entrar a la facultad de medicina en 1947: Como lo he dicho otras veces, los estudios hasta el tercer año, eran en dicho claustro, solo al llegar al cuarto año todo pasaba al hospital Santa Clara, donde empezaban las clínicas al contacto con pacientes.
Funcionaban como tales los servicios de. Medicina Interna, Ortopedia, Órganos de los Sentidos, Ginecología, Obstetricia y Cirugía general: en el sexto año, se hacía al mismo tiempo, el internado rotatorio, que era de dos meses en cada uno de dichos servicios.
A mi entrañable amigo Hugo Vásques y a mí, nos tocó rotar por un servicio que era solo virtual, no existía como tal y la anestesia la daba a los pacientes un médico que no era sino un aficionado autodidacta en la materia.
Para nuestra mala suerte, el primer día de nuestra rotación, el caso a operar pertenecía al servicio de Ortopedia, el cirujano estaba de pelea a muerte con el improvisado anestesiólogo, de tal manera que este caballero durmió a la paciente, a la usanza de entonces y, al llegar el cirujano nos encargó a Vásquez y a mí de continuar con la anestesia.
Como no teníamos la mínima noción de cómo manejar el aparato de anestesia, nos guiábamos por el movimiento del balón que según una ligera información que nos dio el “titular de la anestesia”, los movimientos del balón significaban que el paciente respiraba; todo comenzó bien pero llegó un momento en que el balón dejó de funcionar; yo presintiendo que el paciente se había muerto, le dije a Vásquez; tengo necesidad de ir al baño.
Hugo que estaba pensando lo mismo que yo, o sea, salirse del quirófano y dejarme el problema a mí, sujetándome por el brazo me dijo: “de aquí no se sale nadie, este muerto es de los dos”
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CHARLA A LAS MONJITAS DE CLAUSURA DE UN CONVENTO
CHARLA A LAS MONJITAS DE CLAUSURA DE UN CONVENTO
Por: Israel Díaz Rodríguez
Siempre que me han invitado para que dicte una charla o conferencia a una entidad o institución de cualquier rango, tales como: Universidades, Colegios, sociedades científicas o público en general, debo confesar que he sentido algo de temor, por no decir abiertamente, pánico.
Tengo muy viva en mi memoria, la primera vez que pronuncié unas palabras ante un nutrido grupo de personalidades y compañeros del Club de Leones en Magangue, con la presencia de Monseñor López Umaña, Arzobispo de Cartagena, a quien habíamos invitado para la colocación y bendición de la primera piedra del nuevo cementerio por allá en el año de 1958.
Dudé en ser yo el que diera al prelado, el saludo, lo pensé muchísimo, inclusive, quise excusarme pero no tenía motivo valedero, pues yo era el presidente del Club, así que, ni maneras.
Entonces ese juez implacable que lleva uno por dentro que se llama conciencia, me impulsó de tal manera, que llegado el momento, de pie detrás el atril, saqué de mis bolsillos del saco, unas tres hojas de papel escritas a máquina y luego del saludo reverencial, empecé mi discurso,
Mientras lo hacía, levantaba de vez en cuando la vista con el velado propósito de observar si los asistentes me estaban prestando atención o si estaban distraídos. Llegado al final de mi discurso, recibí el protocolario apretón de manos de los más cercanos compañeros y una que otra mirada de complacencia de los que estaban al otro extremo de la mesa.
Yo no quedé satisfecho con mis palabras, me sentía como que algo de lo que había expresado, no encajaba para el momento. Monseñor López Umaña, era un hombre demasiado serio, algo distante y en su rostro solo advertí algo de fastidio, no se si por estar allí entre nosotros, después de un largo y fatigoso viaje desde Cartagena a Magangue, en una calurosa tarde y en un auto sin aire acondicionado, o porque mi perorata no le había gustado para nada.
El Doctor Gil Blas Berrío ese eminente jurista magangueleño que poseía una inteligencia privilegiada cultivada como excelente lector que era, tenía gran amistad conmigo y en calidad de sincero amigo, cuando me atreví a preguntarle como le había parecido mi intervención, con franqueza me dijo: “lo que escribiste estuvo bien, lo leíste con claridad, buena dicción y tono de voz, pero ese discurso no era para Monseñor, sino para un Pastor de iglesia Protestante”.
Un regalo anticipado de navidad
El pasado 20 de octubre los doctores Fabio Sánchez y Jaime Barrios visitaron en su casa en la ciudad de Barranquilla, al doctor Israel Díaz Rodríguez. Un reencuentro hermoso, lleno de muchos años de amistad, de trabajo y de un construir por las mujeres maduras colombianas.
Al día siguiente en compañía de los doctores Norella Ortega (Presidente del Capítulo Atlántico), Luis María Murillo (Secretario Capítulo Bogotá) fuimos a entregarle la medalla que mediante Resolución N. 003 de 2019 le había sido otorgada por el entonces Presidente, Dr. Frank José Ospina, en conmemoración de los 25 años de actividades de nuestra Asociación, por su trabajo realizado en beneficio de la mujer colombiana. Quiero comentarles, que fue un momento muy emotivo, lleno de sonrisas, de lágrimas, mucho cariño y maravillosos recuerdos, en donde también se le hizo entrega de la camiseta de nuestra Asociación y se le comentó en que estábamos trabajando y la situación con respecto a la Terapia Hormonal de la Menopausia. De esta reunión queda un recuerdo adicional, una grabación con sus palabras.
**AUTOPSIAS AL AIRE LIBRE
**AUTOPSIAS AL AIRE LIBRE
Por Israel Díaz Rodríguez
El área en donde funcionaba el hospital San Juan de Dios – hoy de la Misericordia – además de la edificación con sus pabellones para los diferentes servicios que prestaba, años cincuenta, estos eran . Medicina general, Pediatría, Obstetricia, Ginecología, Medicina Interna, Cirugía general, Emergencia, pabellón donde se alojaban las monjas, que para la época, eran las que actuaban como enfermeras jefes de cada servicio; una sala de cirugía y las oficinas para el Director y secretaria, olvidaba el Laboratorio clínico, cuya jefe era la muy eficiente y apreciada bacterióloga Maruja Pacheco..
Además de dichos pabellones y oficinas, tenía un amplísimo patio que servía para el secado de la ropa tanto de cirugía como los uniformes de las monjas, allí también se secaban los guantes que al ser usados, no se desechaban sino que eran lavados, puestos a secar al sol, luego eran envueltos en papel periódico para finalmente ser esterilizados en el autoclave.
Además, como no existía en la ciudad una oficina de Medicina Legal, ningún lugar apropiado para verificar las autopsias que con alguna frecuencia eran traídos al hospital, muertos por reyertas no solo de la ciudad, sino los que traían de los pueblos vecinos, sobre todo en épocas de fiestas patronales. Donde nosotros los médicos que prestábamos servicios allí, se nos asignaba la tarea de practicarlas a cielo abierto. Como la pared que delimitaba el patio con la calle no alcanzaba el metro de alto, los transeúntes se detenían a presenciar el trabajo que nosotros ejecutábamos en los cadáveres.
Aquel trabajo que nosotros hacíamos con el mejor de los esmeros, servía a la gente que andaba por allí de espectáculo gratuito, macabro para muchos divertido para otros. No dejaba de ser para nosotros los ejecutantes, una manera de demostrar nuestras habilidades de expertos cirujanos; la aglomeración de curiosos era tal que a veces alguna autoridad del hospital tenía que intervenir pidiéndoles compostura y silencio.
Esto de hacer nosotros las autopsias, nos trajo muchísimos problemas personales que llegaron a ser motivo de pleitos con abogados de la ciudad. Estos, en su afán de ganar sus pleitos, pusieron en duda nuestros diagnósticos que se ajustaban a lo encontrado durante el procedimiento, en muertos por tiros de revolver, escopeta y hasta de fusil, amén de los más por armas corto-punzantes y hasta elementos contundentes.
Personalmente fui acusado por un “leguleyo” de haber alterado el dictamen de lo encontrado en el cadáver de un hombre que había sido asesinado en un corregimiento cercano a Magangué. Este “picapleitos” reconocido en toda la comarca como un hombre que apenas había cursado la primaria, sin ninguna formación académica, carente de moral y más aún de ética, se valía de testigos falsos y de cuanta trampa era necesaria para justificar sus alegatos.
Demás está decir que su acusación se la llevó el viento puesto que era su palabra y su desprestigio, ante lo mío a quien todo el mundo apreciaba por el debido respeto que me había ganado por mi proceder ante una sociedad que bien supo establecer la diferencia.
EL DOCTOR TELLO ***
***EL DOCTOR TELLO
Por Israel Díaz Rodríguez
El bus que nos trajo de Cartagena a Magangue llegó a eso de las dos de la tarde, era de aquellos de los años cuarenta tipo escalera sin aire acondicionado, sudábamos copiosamente y como la carretera mas era el trayecto que tenía destapado, el polvo que levantaba el mismo vehículo más el que producían otros que viajaban en vía contraria, al terminar la jornada llegamos tan sucios que dábamos lástima.
Como estudiantes de medicina – habíamos terminado el quinto año – nos sentíamos médicos capaces de curar fiebres palúdicas, catarros comunes y una que otra dolencia, sobre todo en los niños, Nicolás y yo salimos de Cartagena con rumbo a un próspero pueblo de las Sabanas de Bolívar a “ejercer, - esta era una costumbre de todo estudiante de medicina para ganar algo y con ello pagar la matrícula; -ya en Magangue nos embarcamos en un camión que movilizaba carga y pasajeros cuyo propietario era a la vez el conductor quien irresponsablemente se pasaba toda la mañana en el bar “El Imperial” tomando cervezas, por supuesto, en la tarde estaba borracho y así manejaba.
Como el camión era descapotado, bajo los rigores del sol, apretujados sentados en los bultos de sal, arroz o lo que fuere de la carga, sudábamos a chorros y para ese entonces, entre Magangue y dicha población, no había carretera, sino un camino de herradura de manera que por ser tiempo de lluvia, ya no era polvo lo que recibíamos sino barro físico, así hechos una miseria, llegamos a la casa de Don Rogelio que era y fue nuestra posada mientras trascurrieron los tres meses de ejercicio profesional y vacaciones.